Todos los que estuvieron presentes el día de mi nacimiento. Aseguraron que la habitación del palecete de Sevilla se impregnó de un olor fortísimo a Chanel. Mientras mi madre gritaba como una histérica. Juraba y maldicía a mi padre, el Marques De Govanntes, por haberla engañado. "Esto no es amor, cabronazo". Sollozaba y miraba con cara de psicópata a mi padre a la vez que continuaba gritandole. "Aborrezco ese pene escuálio y ganchudo". Parecía que la niña de el exorcista la poseyera en aquellos momentos.
Con todo lo acontecido aquel día y en los sucesivos meses, diríase que mi madre me tomó un pelín de manía. Aseguraba años más tarde que yo era la niña de los ojos de papá y que había llegado a este mundo para recordarle el paso del tiempo, el pene de mi padre (que se ve le tomo mucha tiña) y sobre todo quitarle toda la fortuna, que de no haber tenido hijos huiese pasado a sus cuentas, ya que mi padre era 20 años mayor que ella, pensando que por ley de vida la palmaría antes.
Tenía seis años la primera vez que visité el pueblo de Andújar. Acompañada de mi amada nani Carmencinta Polainas, orgullosa Andaluza, orgullosa Jiennense, orgullosa Andujareña.
Fué en ese pueblecito donde pasé los mejores veranos de mi vida. Donde me enamoré por primera vez de un señor veinte años mayor que yo (se ve que eso se hereda), de oficio arriero. Era alto, fuerte, robusto y bestia como el solo. El problema es que yo tenía tan solo once años.
- Esta niña tiene el vicio de la madre y la alcurnia y empaque del padre. Comentaba Carmencita mientras me cepillaba el pelo con peine de plata fina.
- Hija, yo no le veo el problema. Alto, fuerte, peludo. Que más se le puede pedir al hombre de tu vida. Y con un miembro escandalosamente hermoso.
- No se lo habras visto!!!!. Exclamó Carmencita escandalizada girando su cabeza para poder tener mi cara frente a la suya.
- Lo intenté querida nani, pero me pegó un bofetón que me desplazó dos muelas del sitio.